viernes, 6 de enero de 2017

Paréntesis



22 de diciembre. La fecha lleva más de un mes marcada en rojo en el calendario, y no porque la esperases con ansias, sino por ser un compromiso ineludible, como la comunión del hijo de un familiar lejano o la reunión anual con esos amigos de la infancia que el tiempo termina por distanciar. No te apetece, pero vas. Quizás para demostrarte que no eres el bicho raro que sospechas ser  y que aún te importa eso de los lazos afectivos o, al menos, para aparentarlo ante los demás.

Llegas pronto, la impuntualidad es algo que nunca nadie ha podido reprocharte. La cena tiene lugar en un ostentoso restaurante de la ciudad. La idea es del jefe, cómo no, empecinado en mostrarse pudiente de la manera más rimbombante posible; capaz de fumar cigarrillos Treasure Black de importación y de llevar exclusivos gemelos con partes móviles en el puño de sus camisas pero incapaz, eso sí, de arreglar la averiada cisterna del váter de tu planta de trabajo. Mientras recuerdas el regusto a heces de compañeros que debías soportar en cada visita al baño, éstos empiezan a entrar. Están casi todos, la velada comienza a engalanarse con falsas sonrisas y chascarrillos de catálogo. Al menos Javier ha venido, se sienta a tu lado. Belinda algo más lejos, fiel a la timidez que os tiene acostumbrados, ocupa una de las esquinas con la compañía más anodina de la empresa, el protagonismo lo acabará tomando en las distancias cortas; aunque solo contigo. Es recia, alta y desgarbada pero, contraria a lo seguridad que su aspecto puede sugerir, es retraída y su cuello sustenta una permanente mirada hacia abajo eludiendo todo contacto visual. Puro contraste. La noche se sucede con platos ridículamente pequeños que se justifican con nombres como “deconstrucción de…” y “esferificación de…”, entre lobotomizados maniquíes que agasajan y sonríen cualquier ademán del jefe por contar una nueva anécdota y, por supuesto, entre tus bostezos internos. Todo según lo previsto.

Agradeces que la cena finalice pronto, ahora, en el oscuro reservado del pub de turno, las rayas de cocaína son unas compañeras de empresa más. Te dejas llevar. Da igual quién las prepara, para Javier y para ti siempre hay una, te reservas el privilegio de chupar la pantalla del móvil. Contrarrestas el alcohol provocando un tenso equilibrio, eres Philippe Petit cruzando las Torres Gemelas sobre un cable de hierro. El funambulista seguro sobre el abismo. La mayoría de compañeros ya se han ido. Te aceleras, el efecto vasodilatador toma el control, pagas tu locuacidad con Belinda. Al día siguiente, como si de ensoñaciones se tratasen, recordarás  tu periplo con ella hacia el baño; pero no ahora, actúas por mero instinto.  Abstraído por las drogas, la música alta y una falsa sensación de libertad solo eres consciente de esnifar la última sobre su monte de Venus, antes de iniciar una larga embestida que terminaría por tu desánimo y flacidez. Te marchas.

Empieza a amanecer en el largo camino de regreso a casa, los rayos de Sol hacen la función de bálsamo. Te sorprendes a ti mismo, no estás en tan mal estado. Caminas seguro, sin remordimientos y con sensación de victoria, los excesos quedarán como anécdota de un día que ha sido excepción. Siempre te has tenido por una persona íntegra en lo que a valores y principios se refiere y el cruzar en una noche algunas líneas rojas no va a convencerte de lo contrario. ¿Será mañana otro día? ¿Acabará pesándote tanta transgresión? El cielo se está nublando. Un impulso te hace pasarte por una tiendecita que acaba de abrir, compras uno de esos juguetes coleccionables que a él tanto le gustan. Entras en casa, ambos duermen aún, el juguete lo colocas en su mesita de noche para que lo vea al despertarse. Siempre discutes mucho con tu mujer por el hecho de que los niños, hoy en día, reciben tantos regalos que eso les impide valorarlos; se convierten en una sucesión de objetos que pasan de sus manos a la estantería para no volver a ser usados. Así es como se les malcría, haciendo que no atribuyan a cada cosa el valor que le corresponde. Pero hoy qué importa. Será otra excepción, ¿Por qué no poder tener esa concesión, acaso no es Navidad?