Al llegar a casa encontró sus maletas en la puerta. Con las
manos temblorosas y el corazón encogido salió de allí para iniciar otro camino.
No se sintió desdichado sino más bien henchido, quien nunca supo lo que es amar no
comprende la fortuna de aquel cuyo amor fue correspondido.
miércoles, 8 de febrero de 2017
viernes, 6 de enero de 2017
Paréntesis
22 de diciembre. La fecha lleva más de un mes marcada en rojo en el calendario, y no porque la esperases con ansias, sino por ser un compromiso ineludible, como la comunión del hijo de un familiar lejano o la reunión anual con esos amigos de la infancia que el tiempo termina por distanciar. No te apetece, pero vas. Quizás para demostrarte que no eres el bicho raro que sospechas ser y que aún te importa eso de los lazos afectivos o, al menos, para aparentarlo ante los demás.
Llegas pronto, la impuntualidad es algo que nunca nadie ha
podido reprocharte. La cena tiene lugar en un ostentoso restaurante de la
ciudad. La idea es del jefe, cómo no, empecinado en mostrarse pudiente de la
manera más rimbombante posible; capaz de fumar cigarrillos Treasure Black de importación
y de llevar exclusivos gemelos con partes móviles en el puño de sus camisas
pero incapaz, eso sí, de arreglar la averiada cisterna del váter de tu planta
de trabajo. Mientras recuerdas el regusto a heces de compañeros que debías
soportar en cada visita al baño, éstos empiezan a entrar. Están casi todos, la
velada comienza a engalanarse con falsas sonrisas y chascarrillos de catálogo. Al
menos Javier ha venido, se sienta a tu lado. Belinda algo más lejos, fiel a la
timidez que os tiene acostumbrados, ocupa una de las esquinas con la compañía
más anodina de la empresa, el protagonismo lo acabará tomando en las distancias cortas;
aunque solo contigo. Es recia, alta y desgarbada pero, contraria a lo seguridad
que su aspecto puede sugerir, es retraída y su cuello sustenta una permanente mirada
hacia abajo eludiendo todo contacto visual. Puro contraste. La noche se sucede
con platos ridículamente pequeños que se justifican con nombres como
“deconstrucción de…” y “esferificación de…”, entre lobotomizados maniquíes que
agasajan y sonríen cualquier ademán del jefe por contar una nueva anécdota y,
por supuesto, entre tus bostezos internos. Todo según lo previsto.
Agradeces que la cena finalice pronto, ahora, en el oscuro
reservado del pub de turno, las rayas de cocaína son unas compañeras de empresa
más. Te dejas llevar. Da igual quién las prepara, para Javier y para ti siempre
hay una, te reservas el privilegio de chupar la pantalla del móvil. Contrarrestas
el alcohol provocando un tenso equilibrio, eres Philippe Petit cruzando las
Torres Gemelas sobre un cable de hierro. El funambulista seguro sobre el
abismo. La mayoría de compañeros ya se han ido. Te aceleras, el efecto
vasodilatador toma el control, pagas tu locuacidad con Belinda. Al día
siguiente, como si de ensoñaciones se tratasen, recordarás tu periplo con ella hacia el baño; pero no
ahora, actúas por mero instinto. Abstraído
por las drogas, la música alta y una falsa sensación de libertad solo eres
consciente de esnifar la última sobre su monte de Venus, antes de iniciar una
larga embestida que terminaría por tu desánimo y flacidez. Te marchas.
Empieza a amanecer en el largo camino de regreso a casa, los
rayos de Sol hacen la función de bálsamo. Te sorprendes a ti mismo, no estás en
tan mal estado. Caminas seguro, sin remordimientos y con sensación de
victoria, los excesos quedarán como anécdota de un día que ha sido excepción. Siempre
te has tenido por una persona íntegra en lo que a valores y principios se
refiere y el cruzar en una noche algunas líneas rojas no va a
convencerte de lo contrario. ¿Será mañana otro día? ¿Acabará pesándote tanta
transgresión? El cielo se está nublando. Un impulso te hace pasarte por una tiendecita que acaba de
abrir, compras uno de esos juguetes coleccionables que a él tanto le gustan.
Entras en casa, ambos duermen aún, el juguete lo colocas en su mesita de noche
para que lo vea al despertarse. Siempre discutes mucho con tu mujer por el
hecho de que los niños, hoy en día, reciben tantos regalos que eso les impide
valorarlos; se convierten en una sucesión de objetos que pasan de sus manos a
la estantería para no volver a ser usados. Así es como se les malcría, haciendo
que no atribuyan a cada cosa el valor que le corresponde. Pero hoy qué importa. Será otra excepción, ¿Por qué no poder tener esa concesión, acaso no es Navidad?
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