martes, 1 de noviembre de 2016

El agujero negro de nuestra habitación



Hay un agujero en nuestro cuarto. Un agujero negro que lo atrapa todo en el cosmos de nuestra habitación. Al principio era imperceptible,  minúsculo, pero podía sentirlo así que lo busqué. Apareció en forma de mota oscura justo detrás del marco de fotos de las vacaciones, ése que estaba en la estantería de pallets, esquinado, junto al pequeño cactus y tus antiguos libros de arte. Con el tiempo ha ido creciendo. No sólo eso, se ha desplazado. Recuerdo el día en que desperté y ahí estaba, con la forma de de una pequeña roca y el color del petróleo más crudo, junto al soporte que sostenía el televisor en la pared. Hace mucho de eso. Más tarde pasó a presidir la habitación, en el techo, justo encima de la cama, ahí donde paso el tiempo tumbado mirando absorto la oscuridad perpetua, el negro opaco del inmenso agujero de nuestra habitación.

Hace un año me despertaron unas gotas. Un lóbrego lodo caía arrítmicamente, provenía de lo más profundo del agujero de nuestra habitación. Me mantuve impávido, no sentí miedo, sólo quería dormir. Pude ver brillar, entre ensoñaciones, como si de la opalescencia fulgurante de una piedra preciosa se tratase, las extintas pupilas de nuestra pequeña. ¿Cómo disociar, cuando ambas confluyen en el recuerdo, la desdicha de la partida y la pasión del amor que os profesaba?

Las cartas siguen llegando a tu nombre y, una vez atorado el buzón, se acumulan en el umbral de la puerta. 

Se cumplen cinco años del accidente. La habitación ya no puede llamarse como tal, sólo es oscuridad donde andar a tientas, ni las caras pastillas del Doctor logran que entren partículas de luz a través de la ventana. He pensado en salir de la habitación pero sería absurdo pues una minúscula mota oscura ha aparecido hoy en mi piel. Puedo sentirla, la he buscado. 

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